Tecnología
El avión más grande del mundo: el “WindRunner” inicia pruebas rumbo a su primer vuelo en 2026
Una compañía estadounidense que jamás había construido un avión logra acaparar titulares: su “WindRunner”, diseñado para transportar piezas gigantes de turbinas eólicas, podría transformar la industria energética y la aviación de carga.
Conecta Mundo
August 18, 2025

En agosto de 2025, diversos medios como BBC Mundo reportaron que la startup Radia confirmó la fase final de ensamblaje de su proyecto estrella: el “WindRunner”, con el que busca romper paradigmas en transporte aéreo. El avión, aún en pruebas estáticas, se convertirá en la aeronave más grande jamás construida, superando incluso al Antonov An-225 Mriya (destruido en la guerra de Ucrania en 2022).
El WindRunner mide más de 120 metros de envergadura y está diseñado como carguero especializado. Su objetivo no es militar ni comercial tradicional, sino transportar aspas y componentes de turbinas eólicas de nueva generación, que alcanzan longitudes imposibles para camiones o barcos convencionales. La razón es simple: para acelerar la transición energética, las turbinas necesitan palas de más de 100 metros de largo que hoy en día no pueden trasladarse por carreteras o interconexiones portuarias.
Lo innovador no es solo su tamaño, sino la infraestructura mínima que requiere para operar: bastará una pista de 1.800 metros de tierra compactada —cuando aeronaves similares necesitan aeropuertos internacionales completos—. Esto permitirá aterrizar cerca de futuros parques eólicos, reduciendo costes logísticos y acortando los tiempos de instalación de semanas a pocos días.
El proyecto despierta escepticismo en los círculos de aviación porque Radia no es fabricante aeronáutico tradicional: no tiene herencia de Boeing, Airbus ni Ilyushin. Sin embargo, ha fichado a ingenieros procedentes de SpaceX, NASA, Lockheed Martin y Northrop Grumman. El equipo asegura que las alas gigantes con estructura de materiales compuestos y los motores derivados de jumbo jets probados hacen viable el diseño.
Las pruebas iniciales incluyen validación estructural de fuselaje, bancos de motor y túneles de viento. Si todo avanza según lo previsto, el primer vuelo demostrativo será en 2026. El plan comercial es ambicioso: operar una flota propia de WindRunners que presten servicio directamente a desarrolladores de energía renovable, desde desiertos africanos hasta llanuras de EE.UU. y parques offshore europeos.
En el aspecto económico, Radia ha captado más de 1.000 millones de dólares en inversión privada, destacando fondos de Silicon Valley y holdings energéticos europeos. Según sus cálculos, el WindRunner permitirá desplegar turbinas que generan hasta un 35% más de energía que las convencionales, acelerando la descarbonización sin depender de transporte marítimo especializado.
Analistas señalan paralelismos con los inicios de SpaceX: incredulidad inicial frente a lo que parecía un proyecto imposible. Hoy, la gran pregunta es si un actor outsider podrá desafiar décadas de dominio del duopolio Boeing-Airbus en aviación de gran escala.
Más allá de lo técnico, el proyecto simboliza la intersección entre aviación y sostenibilidad. Si tiene éxito, el WindRunner no solo pasará a los récords de ingeniería aeronáutica, sino que podrá convertirse en pieza clave de la revolución verde, conectando directamente la industria energética con la innovación aeronáutica.
El WindRunner mide más de 120 metros de envergadura y está diseñado como carguero especializado. Su objetivo no es militar ni comercial tradicional, sino transportar aspas y componentes de turbinas eólicas de nueva generación, que alcanzan longitudes imposibles para camiones o barcos convencionales. La razón es simple: para acelerar la transición energética, las turbinas necesitan palas de más de 100 metros de largo que hoy en día no pueden trasladarse por carreteras o interconexiones portuarias.
Lo innovador no es solo su tamaño, sino la infraestructura mínima que requiere para operar: bastará una pista de 1.800 metros de tierra compactada —cuando aeronaves similares necesitan aeropuertos internacionales completos—. Esto permitirá aterrizar cerca de futuros parques eólicos, reduciendo costes logísticos y acortando los tiempos de instalación de semanas a pocos días.
El proyecto despierta escepticismo en los círculos de aviación porque Radia no es fabricante aeronáutico tradicional: no tiene herencia de Boeing, Airbus ni Ilyushin. Sin embargo, ha fichado a ingenieros procedentes de SpaceX, NASA, Lockheed Martin y Northrop Grumman. El equipo asegura que las alas gigantes con estructura de materiales compuestos y los motores derivados de jumbo jets probados hacen viable el diseño.
Las pruebas iniciales incluyen validación estructural de fuselaje, bancos de motor y túneles de viento. Si todo avanza según lo previsto, el primer vuelo demostrativo será en 2026. El plan comercial es ambicioso: operar una flota propia de WindRunners que presten servicio directamente a desarrolladores de energía renovable, desde desiertos africanos hasta llanuras de EE.UU. y parques offshore europeos.
En el aspecto económico, Radia ha captado más de 1.000 millones de dólares en inversión privada, destacando fondos de Silicon Valley y holdings energéticos europeos. Según sus cálculos, el WindRunner permitirá desplegar turbinas que generan hasta un 35% más de energía que las convencionales, acelerando la descarbonización sin depender de transporte marítimo especializado.
Analistas señalan paralelismos con los inicios de SpaceX: incredulidad inicial frente a lo que parecía un proyecto imposible. Hoy, la gran pregunta es si un actor outsider podrá desafiar décadas de dominio del duopolio Boeing-Airbus en aviación de gran escala.
Más allá de lo técnico, el proyecto simboliza la intersección entre aviación y sostenibilidad. Si tiene éxito, el WindRunner no solo pasará a los récords de ingeniería aeronáutica, sino que podrá convertirse en pieza clave de la revolución verde, conectando directamente la industria energética con la innovación aeronáutica.